jueves, 7 de enero de 2010

Familia Arltiana

Una de las causas por las que me gusta la literatura argentina es porque en ella encuentro siempre pasajes que me nombran, que enuncian en la forma de literatura mis días o los días de un pasado que no viví pero que mil veces he oído, hasta convertirlo en mío.
El otro día, escuchando los cómicos dislates de mi abuela – naturalmente, siempre anclados al pasado- pensaba que en mi linaje es absurdo buscar patios ajedrezados y rejas de fierro, aljibes y caserones del diecinueve, guerreros heroicos y nobles patricios. Más vale buscar conventillos y potreros futboleros, historias de vías y trenes, de putas tísicas y borrachines resignados, de anarquistas libertarios y comunistas recitando sus verdades en cocoliche. Historias oscuras y llenas de ocultamientos: de una moral humilde pero rígida – y por tanto siempre desbordada-, con mil vergüenzas y tabúes, con secretos familiares acaso menos dramáticos que lo que la abuela piensa, con malas palabras que no había que decir pero que siempre se escapaban. Con misterios que nadie nombraba mas nadie ignoraba. La cándida moral de la gente humilde de principios del siglo 20 merecería un lugar en la lista de los tesoros amenazados.
Pensaba que sin dudas mi familia es más Arlt que Borges, más vida que mármol, más mártir que guerrero.

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