Salgo de casa con los párpados todavía pringosos, casi soldados, por las lagañas de la siesta. Renato también dormía hace unos instantes, pero por esa extraordinaria – y un poco estúpida- vitalidad agradecida que tienen los perros cuando se los saca a pasear, ahora salta y ladra lleno de alegría. Lo llevo un rato con la cadena, hasta llegar a la plaza, donde lo dejo correr a su antojo e ir a jugar con sus amigos. Yo me distraigo con la edición de oro de “Todo Sudoku”: 143.956 Sudokus diferentes; un milagro de la combinatoria. Cuando levanto la cabeza, lo encuentro a Renato en una situación, como mínimo, comprometida: un rottweiller se le subió por el anca y le aplica bombeo repetido. No alcanzo a ver si hay penetración, prefiero seguir con el Sudoku. Al rato ya son varios los perros que se turnan para culearse mutuamente, y la cosa me termina pareciendo tal relajo, que me dispongo a proceder y al grito de “juira perro” disperso a la jauría orgiástica. Sin reproches, nos vamos. Renato no está ni más feliz ni más triste que si hubiera estado jugando a la pelota.
Cuando volvemos para casa, encontramos nuestro paso cortado por una manifestación: son una 100 personas, en su mayoría mujeres que seguramente hace rato que no pasan por las de Renato, con algunos carteles y pancartas. Leo que son activistas por los derechos de los animales.
-¿Qué pasa? – pregunto
- Un degenerado, un violador de perros. Abusó de una perrita viejita, la quiso violar el degenerado.
En eso un viejo -medio amariconado, por decirlo suavemente- pinta en la vereda unas frases que se supone que son ofensivas.
Renato me mira. Lo miro. No hay nada que explicar. El perro me mira. Estoy a punto de explicarle. Pero me deja de mirar. Entonces decido no explicarle nada.
-¿Y la perrita ya está bien? – pregunto
Cuando volvemos para casa, encontramos nuestro paso cortado por una manifestación: son una 100 personas, en su mayoría mujeres que seguramente hace rato que no pasan por las de Renato, con algunos carteles y pancartas. Leo que son activistas por los derechos de los animales.
-¿Qué pasa? – pregunto
- Un degenerado, un violador de perros. Abusó de una perrita viejita, la quiso violar el degenerado.
En eso un viejo -medio amariconado, por decirlo suavemente- pinta en la vereda unas frases que se supone que son ofensivas.
Renato me mira. Lo miro. No hay nada que explicar. El perro me mira. Estoy a punto de explicarle. Pero me deja de mirar. Entonces decido no explicarle nada.
-¿Y la perrita ya está bien? – pregunto
Toda una refutación de la teoría del trauma.
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