Hace más de cuarenta años advertimos al pueblo argentino sobre las consecuencias nefastas que podían derivarse de la penetración fiesteril. Ya entonces observábamos el lento y progresivo fenecer de nuestras fiestas populares de raigambre tradicional, que iban siendo desplazadas por festividades foráneas, según un plan claramente establecido por parte de la sinarquía internacional y los imperialismos de turno.
A izquierda y a derecha tuvimos que dar la batalla: luchamos primero contra la festividad soviética del
“spotnot”, que elementos apátridas al servicio de oscuros e inconfesables intereses, refugiándose en casas de vaya a saber uno que pueblo o desde elegantes cafés de la
Rue Poupee, intentaban impulsar –estérilmente- dentro de la masa trabajadora, que le ha dicho que no, una y mil veces, al vodka y a los pastelitos de caviar.
Mas tarde, enfrentamos campañas propagandistas mucho más fuertes, que intentaron debilitar la festividad de Reyes y reemplazarla por una navidad con San Nicolás, medias coloradas y bastones de caramelo incluidos. Supimos enfrentar con coraje y decisión aquella avanzada imperialista, y si el triunfo no fue posible, tampoco pudieron arrebatarnos la costumbre de echarle pasto a los camellos y poner los zapatos o las alpargatas al pie del catre.
Vimos desvanecerse la fuerza y la magia de los carnavales, vimos como los corsos tradicionales iban cediendo paso al prefabricado comercial de la carroza estilo Río de Janeiro, donde los tristes Pierrots o los misteriosos enmascarados grises cedían sus espacios a elementos de la oligarquía, travestidos y emplumados, que movían el culo con obsceno frenesí. En los sitios donde el recato y la moral aun reinaban, el carnaval quedó reducido a globazos de agua y a manguerazos; triste fue la historia en otros sitios: hoy vemos remedos grotescos de festividades propias del imperialismo carioca.
Luego enfrentamos una arremetida mas dura: ya eran los años 90. Empezó como un juego novedoso en los institutos de inglés y casas de la cultura británica. Ante la ausencia de los grandes zapallotes que se veían en el cine, zapallos calabaza tradicionales -¡los mismos que nos dan abnegadamente su carcaza para que fabriquemos nuestros mates! – eran tallados a cuchillo para emular a los pumpkins yanquis. Una vela en el interior venía a proponer el susto; afortunadamente, las oblongas calabazas nativas eran más apropiadas para la risa que para el espanto. Llamamos a una campaña de concientización a la que el pueblo trabajador respondió masivamente:
“si un niño le toca la puerta y le dice dulce o truco, súrtale un buen biandazo”. En el primer octubre, los centros médicos del país registraron más de catorce mil niños abofeteados de gravedad; todo un éxito. Este número fue disminuyendo año tras año, mostrando una vez más la efectividad pedagógica del schiaffo y la gran capacidad de aprendizaje que los niños tienen cuando se los alecciona decididamente y a tiempo.
Fueron y siguen siendo duras las arremetidas: hemos perdido para siempre las fogatas de San Juan, el 24 de Junio; en las navidades es cada día mas frecuente el felpudo que saluda Merry Chritsmas y la sidra y el ananá fizz son desplazada gradualmente por el exótico champán, tanto en su forma tradicional como en la variedad con sabor a frutilla. Los números son elocuentes: desde el año 73 a la fecha, el consumo de sidra del 24 de diciembre ha caído un 33%, el del afrancesado Vitel Thoné ha crecido un 41%, el de Pan dulce ha caído un 18%; en fin: nuestras navidades se parecen cada vez menos a nuestras navidades. No faltan quienes guardan el cipayo anhelo de que el cambio climático nos traiga una nevada en pleno diciembre.
Beodos oportunistas, borrachines de cantina, inveterados chupandingas de garroneo, han impulsado en nuestro país la instalación de la fiesta de San Patricio. No me detendré en esto, pero el cuadro de una Buenos Aires ebria a mediados de Marzo me lleva a preguntarme si resulta necesaria una excusa irlandesa para una borrachera nacional.
Hoy los he reunido para hablarles de algo mucho más importante, necesito hablarles de algo mucho más importante: sabemos que el amor ha sido y será el más importante maná para nuestros descamisados. Nadie ama mas sincera y profundamente que un trabajador. Algunas anécdotas sirven de ejemplo: en tiempos de Ubaldini, el gremio cervecero sufrió tanto por un traspié amoroso de su líder, que la producción de la bebida a nivel nacional cayó un 39%. El griego Blajaquis llegó a tener19 mujeres, a todas las amó, con todas hacía el amor varias veces por semana. Cuentan también, que el mismo Lorenzo Miguel, allá por los años 70, se enamoró perdidamente de una jovencita de la JTP y que eso lo arrastró a leer el libro rojo de Mao. Finalmente se pelearon, y el loro no pasó del prólogo. ¡Qué distinta hubiese sido la historia del pueblo trabajador si las jovencitas de la JTP hubiesen sido más constantes en sus amoríos!
(risas y aplausos)Bueno compañeros, creo que me he extendido demasiado. Voy a ir cerrando este improvisado discurso con una advertencia: la batalla no ha terminado. Hoy, 14 de Febrero, alguien quiere ponerle sello de extranjería a nuestros amores nacionales. Alguien, en el espurio afán de vender un ramo de flores o una cena romántica, propicia la penetración fiesteril nuevamente. Algunos parecen convencidos de la urgencia de comprarles a sus amadas alguna baratija, en nombre de esta nueva trampa del imperio y de la sociedad de consumo.
¡Compañeros trabajadores! ¡Compañeras trabajadoras! ¡Nunca fue más evidente la trampa! ¡Nunca mas miserables las intenciones!
A todos aquellos que pretenden imponernos esta festividad ridícula y capitalista del día de San Valentín les decimos que no permitiremos esta avanzada. Que lucharemos siempre por enamoramientos nacionales y populares; que no habrá besos en el autocine ni citas en la fuente de soda, que no habrá ni mas ni menos abrazos, ni mas ni menos “te quiero” , ni mas ni menos profundo y sincero amor peronista en este día que en otros. Llamamos a la abstención florística y bombonera, a la abstención restoranera. No festejemos el día de San Valentín. Ninguneemos esta farsa yanqui, hagamos nuestra vida y nuestros amores sin declamaciones estúpidas ni impostadas: el futuro nos depara las más gloriosas páginas en la historia de la grandeza de nuestro pueblo
(aplausos y se inicia la marchita).