lunes, 13 de julio de 2009

Roldán silvestre: boxeador amateur VI

Siento, luego existo. Aquello que enfrente mío se agita como una anguila y que difícilmente discierno entre las luces que me encandilan, el sudor que me irrita los ojos y el párpado que se me quiere cerrar en su engorde inflamatorio, me está fajando cuantiosamente, disipando prontamente todo afán filosófico: esas trompadas, ese latigazo al ijar, ese cross rompedor de mentones, no tiene otra explicación que la materialidad más llana de la trompadera. Voy a ver si lo aíslo de su dimensión espacio-temporal, voy a ver si me le adentro en su cosa en si y me le escapo a esta sucesión fenomenológica de guantazos demoledores que me hace temblar de oreja a oreja. No creo que pueda, pero voy a ver si puedo salirle al cruce con un piñón de verdades que fulmine en el aire el ente indisoluble: hombre y trompada, trompada y hombre.

Voy a la lona. O la lona viene a mí. El olor del vahído, las luces hechas una sola y ese súbito hormigueo en la nuca. Uno, dos, mirar, mirar es lo primero, ese rincón festeja, esa mujer festeja, aquel otro salta y yo sin moverme, Tres, Cuatro, arriba Roldán, arriba, por nocaut no, arriba con ese Cinco, Seis, la cuenta de protección, (si para protegerme lo que habría que hacer es sacarlo de acá a este condenado), Siete, Ocho, arriba todo se mueve, arriba se agitan vientos que soplan desde mi cabeza y me agitan como un arbolito, o se agita el mundo y yo acá, Miremé ¿Puede seguir?, Miremé, si, estoy bárbaro, bárbaro, Campana. Aire, aire, aire, esponjazo y luego fresco. Arde el mate.

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Piedad