jueves, 30 de julio de 2009

Instantánea de un niño solo

Una manito de tonos terrosos, cuarteada de frío y olvido, de soledad callada y expectante. Una calle rabiosa -como todas las calles en estos días- haciendo y deshaciendo su farsa de artefactos de frío metal e indiferencia de producción seriada. Un niño solo mira el correr de sus días, más allá de la calle, más allá de los lugares comunes, de la poesía, de la palabra; días sin dirección ni sentido, andando a tumbos y espasmos, o días de andar sereno como brisa de mediodía.
Ojos de laguna o te con leche, donde alumbra una negrura de acertijo una pupila cerrada a las promesas y a los sueños. Niño solo: estás clavado en mi vergüenza como un puñal perpetuo y ya no quiero repetir lo repetido, volver a estrenar los mismos lamentos apesadumbrados, impostar indignaciones ajadas de tanto uso vano. Estás levantando al cielo tus días de barrilete buscando una mano pía que no sepa de egoísmos ni prejuicios. Una mano que salve tus penas y mis culpas. Y el cielo te da un gris capote de indiferencia, y mi mano es un pájaro estúpido que apenas puede garrapatear palabras, y tu mano ¡Oh, Niño! Tu mano es el sello de mi culpa, de mis miserias, mi vergüenza, mi espanto; tu mano me recuerda, entre tierra y frío, reseca, mi mano cuando niño.

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Piedad