Osvaldo Bayer esperó 74 años para publicar su primera novela. El resultado es un elogio de la paciencia. Así sea la última que escriba, su condición de novelista extraordinario está jurada en “Rainer y Minou”. Historia de una mujer y un hombre resolviéndose en el presente – Berlín, 1977- mientras desmadejan el pasado que los determina. Rainer Sturm es un genial crítico de arte e importante funcionario de la industria del cine Alemán. Su padre fue nada menos que un alto jerarca de las SS, encargado de cientos de miles de ejecuciones en los campos de Autswich-Birkenau. Como todos los jóvenes alemanes en la década del 40, Rainer tiene un pasado que vincula sus años de inocencia adolescente con la locura de las Juventudes Hitleristas. Ha sido criado y adoctrinado en el culto de la muerte; ha sufrido la derrota, el escarnio y el oprobio de los campos de prisioneros en los que los aliados detuvieron a los alemanes vinculados con el régimen depuesto. Minou es una joven judía que quiere dar sus primeros pasos como directora de cine, contando la historia de su familia, judíos alemanes que atinaron a escapar del régimen naciente en Alemania durante la década del 30. Contando su historia en la forma de un film autobiográfico, visitando la Alemania que sus padres exiliados nunca dejaron de amar y a la que nunca pudieron volver, Minou busca encontrar la profundidad con su condición de judía y de víctima. Por el contrario, Rainer quiere escapar, entre discos de Schubert y poemas de Hölderlin y Von Kleist, de ese pasado demencial que no considera propio: el no es un Nazi, aunque así lo diga su sangre.
Rainer y Minou se encontrarán, no sabrán como escapar el uno del otro, finalmente, se necesitarán y se terminarán amando. Hasta que en el estreno de la ópera prima de Minou, la vida de Rainer cambiará para siempre a partir de un incidente con un periodista: él siempre será el hijo del “perro sanguinario”; siempre llevará en sus venas la sangre del asesino y en sus manos la sangre de miles de judíos asesinados por orden de su padre. Alemania le da la espalda, ese pueblo que vivó y votó y apoyó a Hitler hasta el final, exculpa su pasado señalando a los que tuvieron cargos directos en la jerarquía nazi, mientras estos acusan a sus superiores y alegan que tan solo cumplían la obediencia debida. Pero Rainer no encuentra excusas. Empieza a recorrer los antiguos libros de adoctrinamiento nazi que leyera en su infancia en paralelo con los documentos y los testimonios del horror de Autswich. Mientras Minou alivia sus tensiones con la realización del film y empieza a cerrar su historia para comenzar a ser una mujer libre, Rainer va quedando preso tanto del pasado propio como del ajeno: carga con su propio sufrimiento de Joven Nazi y con el sufrimiento de miles de niños asesinados en las cámaras de gas. Sucede la locura. Verá en Minou el rostro de todas las niñas muertas por la criminalidad Nazi; para escapar, intentará construir una fantasía relacionada con el Romanticismo Aleman decimonónico, tan anterior al horror, tan inocente y noble. La locura terminará cuando deje salir a la bestia que gime desesperada dentro de él, el lobo que quiere aullar su ansia de guerra y muerte, el íncubo que el régimen dejó anidado perennemente en su pecho. Acabará por abandonarse y ser abandonado.